En lo personal me gusta el espíritu que anima a este hombre, cada vez más polémico conforme se acerca a cumplir sus ochenta años. Naturalmente, Los libros que nunca he escrito es una continuación de Errata en la medida en que sus ensayos se entrecruzan con las memorias, el diario y el relato. Una característica con la que muchos nos entendemos aunque otros la consideran un verdadero escándalo. En efecto, Steiner levanta ronchas, particularmente entre los académicos incómodos con el lugar que –dice– les corresponde: “un profesor es un profesor”. Por su parte, entre sus colegas de Cambridge, la obra de Steiner es considerada (“si es que me consideran de algún modo”) como impresionismo arcaico, o peor, como una variante apenas de la heráldica.
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De ahí que su lectura de Hamlet en comic resulte, cuando menos, inquietante. Con ese trazo resume, a su manera, uno de los temas al que ha dedicado ya muchas horas: el posible ocaso de una cultura sostenida sobre las bases del conocimiento y la reflexión; fenómeno con el que, evidentemente, cae en jaque la pertinencia o no de los universos de la sensibilidad que han definido a la literatura y el arte a partir de una tradición, cualquiera que ésta sea. Decía Gombrowicz en algún pasaje de su Diario: “la literatura es una dama de costumbres severas y no debe pellizcarse por los rincones. El rasgo característico de la literatura es la dureza. Incluso la literatura que sonríe bondadosamente al lector es resultado de un duro desarrollo de su creador. Y la literatura debe tender a agudizar la vida espiritual y no a tutelar semejantes muestras de escritura marginal”. Sin embargo, esta concepción de la tradición como un proceso arduo de auto desarrollo individual y colectivo, como el lugar por antonomasia en donde encarnarán las mayúsculas del Espíritu, comienza a hacer aguas. Así lo entiende Steiner cuando, en la entrevista de Gloria Rodríguez, advierte que la cultura del futuro no será como la nuestra, caracterizada por un humanismo a la mesa de unos cuantos. En este sentido, Steiner leyendo Hamlet en formato de comic es una mueca, amarga e irónica a la vez. El gesto de alguien capaz de afirmar: “Aquí tenemos países con culturas superiores… Y estos países se han convertido en infiernos […] La cultura y el humanismo no son enteramente inocentes ni positivos”.
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