viernes, 28 de noviembre de 2008

¿Michiko Kakutani o Harold Bloom?


Al expresar mi nostalgia por mejores tiempos para la figura del crítico me pregunto si no estoy haciendo un poco el ridículo. Claro: qué lástima no tener más en México a alguien como Paz o Zaid...

En mi entrada anterior decía yo que el mundo anglosajón parece atravesar hoy por las mismas penas. En ese contexto, me imagino que mi lamento se parece mucho a la nota de alguien ensalzando el nombre de Bloom por encima de los reseñistas habituales. En efecto, hace unos meses Tim Lisle (editor del
Intelligent Life, revista de The Economist) publicó una encuesta titulada “Our Guide to the Best Critics”. En ella destacan algunos personajes realmente decisivos del escenario cultural británico y norteamericano como James Wood (New Yorker), John Carey (The Sunday Times) y Michiko Kakutani (The New York Times). Para realizar el censo The Economist se aseguró de consultar a grandes personalidades del medio, entre ellos a Ian Jack, el editor de Granta en épocas gloriosas. Curiosamente los encuestados coinciden en otorgarle a la crítica un lugar de peso en torno de cualquier reputación literaria. Así, son célebres las reacciones que Kakutani ha desatado entre Susan Sontag, Mailer o Jonathan Franzen (quien la llama “la Bush de la crítica”).

Según es usual en los sitios web de muchos diarios y revistas, al final de “Our Guide to the Best Critics” la página de
Intelligent Life registra los comentarios del público. Uno de ellos —creo que anónimo— confiesa, aunque con otras palabras: “He leído a Bloom desde hace 40 años, pero ¿quién leerá a Kakutani dentro de esos mismos años...?”

lunes, 24 de noviembre de 2008

¿Quién lee a los críticos?

No conozco los detalles sobre lo que sucede en otros lugares pero recorriendo los sitios web de algunos diarios y revistas no hay muchas voces que se distingan de entre la morralla ambiental. Antes un reseñista del New Yorker era Steiner quien, a su vez, ocupó la plaza que al morir dejó Edmund Wilson. En cambio, hoy debemos resignarnos a un comentario de Jonathan Lethem sobre Roberto Bolaño en cuanto talismán de la nueva narrativa latinoamericana: “Bolaño has been taken as a kind of reset button on our deplorably sporadic appetite for international writing, standing in relation to the generation of García Márquez, Vargas Llosa and Fuentes...”

Con motivo de la reciente edición en inglés de 2666 esta nota se publicó en el NYT y, con las adaptaciones del caso, apenas si transcribe aquella oración que en boca de muchos ya hemos escuchamos aquí y allá.

Tiene razón Juan Malpartida: es lamentable la desaparición del crítico capaz de enseñarnos algo que, solos, no habríamos podido ver. Así lo escribe en su colaboración de Letras Libres de este mes:

“¿Quién necesita a los críticos? ¿Para qué los críticos? En cuanto a lo primero: las empresas, porque son una publicidad barata; en cuanto a lo segundo, soy más pesimista. Y sin embargo creo en la necesidad de la crítica, porque sigo creyendo que forma o debe formar parte de lo que otro crítico dijo modestamente: que es un diálogo culto que se mantiene con un interlocutor imaginario, y porque tiene o debería tener una dimensión política importante al mediar entre los productos de la cultura y los receptores de la misma. No sólo es opinión sino idea.”

La desaparición de la crítica, al parecer, sucede en todas partes, del cono Sur al medio peninsular --y entiendo que los norteamericanos pasan por el mismo mal (Sven Birkerts publicó hace tiempo un ensayo notable sobre el cierre de Partisan Review como ejemplo sintomático).

El problema, sin embargo, es que no hay qué ni a quién leer, a pesar de que aún existan aquellos dedicados a la reseña mensual (a veces yo entre ellos). En México los suplementos culturales prácticamente han desaparecido y las revistas con cierto espacio para la crítica pueden contarse con los dedos de una mano. Ahora bien, lo más grave es que la figura del crítico como tal carece ya de importancia. ¿Quién lo lee? A juzgar por lo que hay... confieso que yo no. Al último que seguí con regularidad fue a Christopher Domínguez pero antes no me perdía una nota de Pacheco, una reseña de Zaid o un ensayo de Paz. Hoy prefiero sumergirme en una entrevista en donde un autor (Piglia o Vila-Matas, Juan Gabriel Vázquez o Junot Díaz) habla de sí mismo, de su obra o los libros de los demás.